Después del circo, de la fanfarria de Vodevil, del paneo incesante
de las cámaras, de las caras largas y los golpes de pecho de tanto presentador
farandulero; de las pancartas y plañidos de las asociaciones femeninas; de los
gritos furiosos de los políticos indignados que clamaban justicia y exigían
cadena perpetua: llegó el silencio monasterial. El huracán pasó y ahora las
aguas se convirtieron en una quieta laguna. Yuliana Samboní, pasó de moda. De
la niña violada, torturada y asesinada nadie habla, le bajó el raiting.
Al asesino lo enterraron con ella, con el recuerdo de lo que pudo
haber hecho para que no lo agarrara la policía, con el recuerdo de cada uno de
sus pasos mal dados, de sus torpezas, de sus abruptas ligerezas.
Que se arrepentía, dijo frente a la cámara cuando aceptó cargos en
la audiencia. Y puede ser que sea verdad. Seguro que está arrepentido. Pero no
de haberla violado ni matado. Un sociópata no se arrepiente de sus crímenes.
Sus actuaciones están validadas por su deseo. Lo que a él le apetezca siempre
va estar bien. Ni la ley ni la ética ni ningún tipo de consideración moral tuvo
en cuenta Uribe Noguera cuando cometió el crimen. Es por eso que ahora, allá en
su celda, después de leer la biblia, no debe estar pensando en lo que hizo,
sino en cómo lo hizo. “¿Cómo fui a meterme a ese barrio en plena mañana y
montarla al carro?” “Por la noche las cámaras no hubieran visto las placas…”,
debe responderse cada vez que el recuerdo de aquella mañana planea por su mente.
“¿Pude haber mandado por ella? ¿Encargar a alguien?” “Pude usar otra
camioneta...”
Ese es el día entero de este hombre a quien no le hablan los
guardias, lo filman mientras come y lo asolean una hora al día. Y así seguirá
siendo hasta que el INPEC aflojé, y de alguna forma Uribe Noguera logre estallarse
la cabeza contra un muro para dejarnos a todos mamando, tras la impunidad que
habrá de significar su suicidio.
Las preguntas del asesino no dejan de ser interesantes para un
criminólogo. Me pregunto ¿Por qué Uribe Noguera hizo lo que hizo, de esa forma
tan torpe en que lo hizo?
¿Por qué la Fiscalía no quiere llegar al fondo?- Le pregunté a uno
de esos fiscales que no se conforman con
leer los códigos.
-
Daniel, es sencillo: porque
en ese fondo hay pirañas.
Lo que yo me pregunté ya se lo han preguntado muchos en los
Complejos Judiciales de Paloquemao: ¿Por qué Rafael Uribe Noguera se mete en la
camioneta a las 9:00 a.m, a un barrio marginal y obliga a subir a la niña al
vehículo, como si fuera el patrón de ese barrio plagado de proxenetas y jíbaros?
El homicida tenía los límites psicológicos desdibujados. Pero ¿Qué
es lo que hace que los linderos geográficos se le hayan movido de la forma en
que se le movieron? ¿Por qué tenía tanta confianza con el entorno?
En el fondo hay pirañas.
Uribe Noguera tenía que ser muy amigo de ese barrio, conocía a
quienes administraban la delincuencia en el sector y no eran drogas lo que allí
le proveían. No eran drogas porque su jíbaro lo visitó y algo le entregó: quedó
registrado en las cámaras. Además, díganmelo a mí, que aunque me mantengo en
penitente sobriedad desde hace catorce años, sí tengo amigos que necesitan de
aquella gasolina caustica para rumbear hasta ver el sol desperezarse. Por esto,
con pleno conocimiento de causa, les puedo asegurar que nadie, en el norte, hoy
en día, sale nunca buscar a coca a ningún lado, los dealers son los
domiciliarios más veloces, honestos y responsables que hay en Bogotá.
Por otra parte, el hecho de que haya entrado esa mañana y se
hubiera cargado a la niña, no puede tenerse sino como la repetición de un
comportamiento. Nadie ejecuta una acción de estas sino tiene definidos los
linderos geográficos que lo permiten. ¿A alguien se le ocurre que hubiera hecho
lo mismo con una niña del parque el Virrey? Rafael Uribe Noguera había sacado a
varias niñas de ese, su barrio, el que controlaba a través de terceros… y las
había llevado a ese mismo apartamento.
En el fondo hay pirañas.
La esquirla sociópata persigue a esa familia y se evidencia en el
pasado de Francisco, que no tuvo reparo en dejar sin tierra a miles de
campesinos, cuando diseñó y palanqueó la sustracción de baldíos desde los
elegantes salones del Club el Nogal, siendo socio de Brigard Urrutia, la firma
de abogados más importante del país. Los hechos traducen varias hipótesis,
miremos el reloj, la hora de ingreso de los hermanos al apartamento y sobre todo la valoración del estado del cuerpo que deja ver algo incuestionable: lo
más probable es que a la niña la hayan matado entre dos. La asfixia fue mecánica
por estrangulamiento y por sofocación. Dos fueron las manos que le apretaron el
cuello y otras dos las que le pusieron la almohada. Es muy difícil para una
persona hacer las dos cosas al mismo tiempo. O la estrangula … o la sofoca.
Ahora, la embadurnada en aceite desde la cabeza a los pies es un
rastro innegable de encubrimiento… ¿”Un fetiche de Rafael”? Dice la defensa del
hermano, y aporta un mail de una ex. Ahora me pregunto: ¿Quién no le ha echado
aceite a la novia? Pero… ¿de cocina? Qué coincidencia: el que sirve para borrar
las huellas en un cuerpo lívido. ¿Ya muerto? Ese secreto lo enseña hasta la
facultad más pirata, al abogado que curse el par de semanas de ciencia forense
criminalista que dictan en toda especialización de derecho penal. Hecho que se le
olvidó al reconocido abogado penalista Juan David Riveros, que habló esa mañana
varias veces con Francisco (hermano de Rafael) y que a W Radio le dijo un par
de imprecisiones: Que un penalista no tiene porqué saber que el aceite de
cocina borra las huellas en un cuerpo, (cuando dijo que hay que ser un forense
experto en criminalística para asesorar a un cliente en como encubrir un crimen);
y que con suma inocencia, siendo para él un consejo basado en la lógica, le
recomendó a Francisco que llevara a su hermano a una clínica porque estaba muy
borracho. ¿Quién recomienda eso? Si está jincho y algo empericado, uno le dice
que se tome un caldo y lo deje reposar la rumba. Pero, además, ¿alguien se ha
puesto a pensar por qué lo tratan de ingresar a la clínica Monserrat como
enfermo psiquiátrico? ¿O es que cualquier mortal sabe que la inimputabilidad
que se alega en un juicio, tiene como sustento el trastorno mental?
Yo entiendo que el doctor Riveros es conocido de nuestro Fiscal
General, que se han referido negocios en el pasado, pero doctor Martínez, le
recuerdo que los delitos los cometen también quienes determinan los hechos, en este
caso, quienes les dicen a los autores materiales como cometerlos. ¿No vendrá siendo
hora, honorable Fiscal Néstor Humberto, que el doctor Riveros le explique a un
juez sus actuaciones?
Volvamos al aceite. La niña estaba juagada en aceite, la habían
refregado de arriba abajo, hecho que demuestra que habían huellas que esconder.
Eso es innegable. ¿Las huellas de quién? ¿De Rafael? ¿Y por qué? Si Rafael ya
estaba envainado, si el hermano, la hermana, el abogado y la policía ya sabían
que las calles tienen ojos que no se apagan y que lo habían filmado todo, desde
que la trepó al carro hasta que la metió al apartamento. ¿Para qué el aceite en
el cuerpo de la niña? ¿Para qué tapar las huellas de Rafael, si el mismo Francisco
llamó a la policía y les dijo que Rafael era quien había matado a la niña?
Y yacía muerta la niña… Quisiera poder callar la pregunta que me
revienta en la consciencia, la hipótesis que muchos manosean en el complejo
judicial de la 30: ¿No pudo haber estado viva la niña cuando entró Francisco al
apartamento? No será que al ver a su hermano frente a un niña tan viva como
desnuda, temblando y encharcada en sangre por la violación, pensó en ese
apellido, en su Gimnasio Moderno, en su prestigiosa oficina, en lo que le
dirían sus amigos del Club el Nogal con los que jugaba squash, al ver hasta donde
habían llegado esas ínfulas familiares… Y al pensar en todo esto… ¿A él también
se le corrieron los linderos? ¿No pudo haber pensado que lo mejor era ayudar a
matar a la menor, meterla al carro y enterrarla en un potrero? Y después de
matarla llamó al abogado. El doctor Riveros le dijo que no se podía deshacer del
cuerpo, advirtiéndole de las cámaras, que si movía a la menor todo quedaría
registrado y fue entonces cuando le explicó como limpiarla para que nadie viera
las huellas impresas en la piel. Sus huellas. Las de Francisco. El de los
Baldíos. El socio de clubes. El chirriadísimo abogado de Brigard. Porque si solo fueran las huellas de Rafael
las que hubieran pisado el cuerpo de la menor, no habría ninguna razón para
haberlo lavado en aceite hasta hacerlo brillar.
En el fondo hay pirañas.
Y en ese edificio también, muchas, allí está aquello que nadie
quiere ver, eso que quieren dejar bien quieto tras una sentencia que deje al
pueblo satisfecho, pensando que se hizo justicia. ¿Qué habrá visto y oído ese apartamento mudo,
al que nadie podrá interrogar jamás? Bajo
el sombrero, sobre la ruana que lo ampara del frio de la noche, el portero son
los ojos de todo edificio, el portero es quien todo lo sabe pues todo lo ve.
Y el portero del Equus 66 apareció muerto, días después, cuando ya
la Fiscalía lo tenía en fila para declarar a sabiendas que sus palabras limpiarían
el agua de arena. Apareció lívido, tan blanco como un pollo al que acaban de
desplumar, bajo sus pies una piscina roja proveniente de sus venas. Murió
dormido en el sopor de los antidepresivos, con cortes en sus tobillos, en las
muñecas, en las ingles y en el cuello. Pareciera que además de portero en sus
ratos libres tomara cursos de anatomía, porque en la drogada farmacológica en
la que andaba, supo exactamente cómo tajarse él mismo los puntos de
desangramiento. Realizó con destreza y delicadeza, el procedimiento necesario
para cortar las mangueras precisas de su cuerpo por donde fluye la sangre a
caudales. Por otra parte, en su entorno social no es común que la gente acuda a
los antidepresivos cuando se deprimen. A punta de aguardiente y mariachis los
pobres sanan las patadas morales que les da la vida.
El portero no tenía por qué suicidarse, nadie le estaba echando la
culpa. Estaban las cámaras que no lo vieron entrar nunca al apartamento y ni
siquiera está claro que él hubiera visto entrar a la niña, y si lo hubiera
visto no tenía por qué haber denunciado nada. El hecho de que una niña entre al
apartamento con un adulto, no es un crimen. Él no tenía por qué suponer algo. Él
a la fiscalía le hubiera podido decir que sí, que la vio subiendo, que pensó
que era una sobrina, que no vio nada raro y ya. ¿Cuántos porteros ven todos los
días entrar adultos con menores a los apartamentos? Entonces, eso de que la
presión por el proceso lo estaba matando como si el indiciado fuera él, no se
soporta en una ecuación lógica.
No entiendo tampoco por qué la opinión pública se ha tragado este
sapo que a mí en cambio me tiene tan rebotado. Al portero lo suicidaron. No me
cabe la menor duda. Pero es que eso es lo obvio, lo que está en las fotos encharcadas
en sangre, lo que la vista traduce.
Pero: ¿Qué lleva a alguien a encerrarse con el portero, drogarlo,
obligarlo a escribir una nota de despedida, cortarle sus viaductos sanguíneos y
esperar a que su cuerpo se desocupara? En eso es en lo que hay que detenerse. Uno
tiene que ser muy importante para que le dediquen semejante ceremonia. Soltarle
una ráfaga desde una moto hubiera sido más práctico, pero todos hubieran sabido
que detrás de todo estaba la mano de alguien moviendo las marionetas.
El portero conocía a las pirañas y les había visto los dientes.
De ese barrio en el monte, cercano al edificio que cuidaba desde
la portería Fernando Merchán, Rafael Uribe Noguera, acostumbraba a bajar niñitas a las que entraba
al apartamento sin que nadie lo notara y sólo ese portero al que encontraron
desangrado, sabía quién más entraba al apartamento. El portero había visto
otras niñas… pero también otros adultos.
El edificio Equus 66 era el centro de reunión de una comunidad de
pedófilos millonarios amigos de Rafael. Por eso mataron al señor Merchán. Porque
Rafael ya tenía la vida empeñada, a él no había nada que taparle; ni a su
hermano tampoco, pues en su contra ya cursaba un proceso por encubrimiento.
Bañando a la niña en aceite podrían haberse estado ocultando las huellas de
Francisco Uribe Noguera, pero destajando al portero eran varios los nombres y
rostros los que terminarían cubiertos de arena.
Volví a mi amigo Fiscal:
-
¿Y saben quiénes son?- Le
pregunté.
-
No. Pero se puede llegar a
ellos- Respondió.
-
¿Y están en esas?- Insistí. Como reclamándole.
-
Todo lo empezaron a enredar y
a tapar de un momento a otro. Ya ni siquiera los noticieros, ni nadie pregunta-
Contestó tranquilo como si estuviera repitiendo algo que ya había dicho varias
veces.
-
¿Y eso por qué? Insistí.
-
Es que Daniel hermano-me dijo
hablando con una confianza repentina, como destapándose frente a un amigo de
años - para que en un caso de estos haya empezado a pasar lo que está pasando,
es porque esas pirañas son las dueñas… de los dueños de este país- añadió.
Las cifras son grises, los registros no son claros 40, 50, 60 mil
niños desparecidos a la fecha en Colombia. Pero también hay datos que dejan las
investigaciones sobre prácticas en las poblaciones marginales. En el Bronx se
supo de drogadictos que alquilaban a sus hijos menores, por ellos llegaban en
suntuosas camionetas muy parecidas a la de Uribe Noguera.
La pedofilia es una parafilia incurable. El pedófilo jamás deja de serlo y la compulsión en aquellos que la
sufren es tan intensa que la gran mayoría ejecuta su fantasía,
convirtiéndose de una u otra manera en pederastas consumados. Podrá visitar mil
psiquiatras y desgastar todas las pepas que tiene el rosario, que quien delira con niños terminara
buscándose la forma de nutrir ese fantasma regordete en su cabeza, que siempre
le estará pidiendo más comida. Para un
pederasta alimentar su delirio es una necesidad vital, como para cualquier persona
lo es comer o ir al baño. Por eso es que las cifras de prostitución infantil
son tan altas y por eso es que se desaparecen los niños. Existe un mercado muy grande y también muy solvente, que está dispuesto
a pagar lo que sea por darle de comer a esos demonios voraces que les ladran en
el inconsciente.
En la antigua Roma con la primera menstruación casaban a la menor;
en la edad media y la época victoriana, la adolescencia era la época propicia
para el matrimonio, o sin ir más lejos, millones de bisabuelas tuvieron a sus
hijas entre los 14 y los 15 años, porque las casaban entre los 12 y los 13
años, eso significa que, en estricto sentido, desde un punto de vista sicológico,
histórico y antropológico, el sentirse atraído por adolescentes, no significa
que se padece de este tipo de parafilia. El hombre al que le gustan las lolitas
no es un pedófilo. Aunque la ley diga otra cosa.
Ahora bien, esas adolescentes de entre 13 a 18 años pueden ser
ubicadas con facilidad en las zonas rojas o a través de las redes de
prostitución callejeras. Quien accede a ellas es un delincuente que debe ser
perseguido y criminalizado por el trauma que genera en estas menores el
degradar su función sexual prostituyéndolas, pero en realidad se está frente a
una persona que siente atracción por los adolescentes (efebofílicos) no por los
niños. Acostarse con una menor de 18 y mayor de 14 años en Colombia no es
delito, lo que es delito es ofrecerles plata por eso. Aclaro: en Colombia los
mayores de 14 años se pueden acostar con el que quieran desde que lo hagan
gratis. La norma es irresponsable y plantea un terreno muy gris. A los adultos debería prohibírseles bajo
pena de arresto, cualquier tipo de contacto sexual con un menor de 18 años.
Los adolescentes tienen derecho (y para algunos sicólogos es sano) a iniciarse
sexualmente, pero entre iguales. Un adulto puede ponerlo a correr a un ritmo
para el que no van a estar preparadas sus piernas.
Es decir, quien es juzgado por prostitución infantil en Colombia,
no siempre es un pedófilo; lo que nos lleva a que las estadísticas de procesos
por contactos sexuales con adolescentes no estén persiguiendo ni reduciendo la
gran demanda de menores que revelan las cifras de niños y bebés desaparecidos,
y las investigaciones y estudios que revelan su alquiler y venta en las zonas
de extrema pobreza. A la Fiscalía siempre llegan los viejos verdes que pagan
por las adolescentes que se cuelan entre las calles, pero no es común ver casos
de trata de niños menores de 11 años. La mayoría de los abusos de menores de 11
años que son judicializados, son perpetuados por el autor material que obra
solo y pertenece a las clases menos favorecidas.
Ahora bien, como ya se explicó, una es la atracción de un hombre
hacia los adolescentes y otra la pedofilia. La compulsión pedófila, esa que se
suple con niños infantes (menores de 11 años)
y nace de la degradación del juego de rol de poder y dominación que hay
implícito en toda forma de sexualidad. De dicha degradación surge el pedófilo. La
sexualidad es un juego de roles. El pedófilo no se excita con ser el hombre en
la cama que obra como dominante, que agarra con fuerza, que hasta puede mechonear
y dar palmadas, ni al ser que acaricia, besa y susurra, brindando a la mujer
una sensación de protección. Él necesita más.
Al pedófilo le excita manipular a un ser que no es ni siquiera
consciente de lo que está haciendo, un ser desvalido. Alguien mínimo de mente y
de cuerpo como lo es un niño, lo lleva a sentirse superior. Un pederasta se
excita siendo el titiritero: el pedófilo pretende convertirse en Dios.
Sobreponerse a las leyes naturales. El pedófilo es un ser con ínfulas de rey y
de príncipe. Se potencializa el rol de dominante y de control cuando un adulto
viola a un menor, siendo esta la causa de que sean casi inexistentes las
mujeres heterosexuales en las que subyace el deseo pederasta, pues la gran
mayoría de las mujeres, en la cama, gozan simulando ser objeto de dominio.
Ellas no tienen la fantasía de control que en cambio subyace en cierta medida
en todos los hombres. En este sentido, heterosexual o no, todo pedófilo es
machista, déspota y tirano, pues solo goza desfigurando y pervirtiendo su rol,
yendo más allá del dominio natural de su papel de hombre dentro de una relación
sexual, pues un niño a nada puede oponerse, nada podrá objetarle, será
doblegado y anulado por su fuerza. Es él, el Dios que destruye con sus
terremotos. El pedófilo, consumando su pederastia, se convierte en el todo
inmenso porque el niño para él es un microbio.
La psiquiatría nos dice algo: pedófilos hay en todos los estratos
sociales. Sin embargo, atendiendo las causas que gestan la parafilia, esta
debería prevalecer en los estratos más bajos y en los estratos altos. Este es el
deber ser si se tiene en cuenta el perfil criminal del pederasta y sobre todo
el fundamento de su deseo.
Las condiciones de pobreza extrema generan hechos que llevan a una
persona a fantasear con ese poder inmenso y omnímodo, que jamás tendrá una
persona muy pobre, sometida desde la infancia a malos tratos y a situaciones de
humillación y crueldad. Este ser de vida miserable llegará a sentir ese subidón
surrealista y a posicionarse como deidad por unos minutos, mientras desnaturaliza
la inocencia de un niño.
De allí surge el deseo de los pedófilos pobres… pero es que si las
cuentas en siquiatría son correctas, por lo menos la mitad de los pedófilos
deben ser ricos, porque la cronología de vida de los muy solventes, también da
para que supuren en ellos deseos por la pederastia incluso con mayor fortaleza,
por una sencilla razón: ellos son el monarca, muchos de ellos fueron criados
como príncipes, en la mente de un pedófilo de clase alta, él es Dios y siempre
lo ha sido desde que nació, él está por encima de la naturaleza que puede
doblegar cuando doblega la voluntad de ese niño al que viola.
Algunos ricos sufren de la compulsión por tener. Ni siquiera es
que gocen acumulando bienes, gozan acumulando vidas, dominando, nada es más
veraz que el efecto narcótico del poder. Cuando se obtiene siempre se quiere
más, quien se engancha a dicha adicción vive en función de agrandar su lista de
corporaciones, de escalar políticamente, de gobernar instituciones y países
para tener más seres que se agachen en pleitesía, más destinos a su haber, más
kilómetros en el reino del monarca. El poder es un chute de la heroína más
pura. ¿Y qué puede convertirse en la aguja certera que pincha la vena? ¿Qué más
que un impúber para generar esa explosión de placer en su cabeza megalómana,
ávida de aquella sensación de control y manipulación que da el poder? Un niño
es controlar el mundo por un momento. Frente a un niño el poderoso catapulta su
poder. Y no estoy diciendo que todos los millonarios son pedófilos. No. La
mayoría se contenta con jugar al Tío Rico hasta el final de sus días, otros
compran yates y jets, o cabalgan sobre prepagos cinceladas… pero no todos.
El hombre rico con afán permanente de riqueza, poder y control,
desde un punto de vista psíquico, siempre estará en la misma posición del pobre
maltratado: Él nunca podrá controlarlo todo, nunca podrá adueñarse del
universo. Siempre tendrá ese vacío en la cabeza y en el corazón que no podrá
llenar jamás… ¿Jamás? …quizá como el pobre, también lo logra cuando somete al
menor.
El megalómano rico, así como el de bajos recursos, ficciona la
satisfacción plena de su necesidad cuando es capaz de manipular y controlar en
su totalidad, aquel universo humano comprendido en ese ser indefenso. Se
convierte en Dios durante un momento. Recibe la dosis precisa que estalla en su
cabeza, colmándolo de placidez sólo por un instante. Y como es adicto siempre
querrá más. Adictos como él, en Colombia y en latinoamerica no han dejado de
existir, llevan siglos subsistiendo con su adicción, las condiciones de pobreza
que hacen que siempre existan más pobres y la forma deshumanizada con que
nuestra élite cría a sus hijos, hace que necesariamente se multiplique este
tipo de parafilia en las clases altas que gobiernan nuestro continente.
Ahora ¿dónde están estos pedófilos suntuosos de Ferragamo y
Mercedes Benz? O es que aunque los estudios arrojan un perfil certero e
inequívoco ¿No existen? El virus vuela por el aire en las juntas directivas, en
los torneos de polo, en los grandes y lujosos salones de los clubes sociales,
en los cocteles, ¿y ninguno se enferma?... ¿a ninguno lo agarra esa gripa? Y…¿Dónde
están los miles de niños que desaparecen cada año? Me atrevo a preguntar ¿cuánto
costaba un niño de esos que subían a las Toyotas en el Bronx? Porque los
pedófilos con los que tropiezan los fiscales, son los que arrastran al niño a
la cuneta del parque en el sur, como Garavito que obró solo, que puso en riesgo
su destino afanado por adueñarse del alma ajena. Los otros, esos que según la lógica
criminalista son los que más tienen que existir, no aparecen por ningún lado.
Pero en cambio sí, día a día, son más los niños pobres que nunca vuelven a sus
casas. Y las camionetas lujosas se siguen viendo merodeando los basureros.
Después de haber buscado la forma de cuadrar una cita conmigo,
pude ver al Fiscal parado en el umbral, con un morral de computador a cuestas
me miró de un golpe súbito, como reconociendo a un colega de toda la vida me
saludó con la cabeza y entró a la cafetería.
-
¿Sabe por qué lo busqué a
usted, doctor, para contarle lo que le voy a contar?
-
Me preguntó aventado, sin haber ordenado el
café.
-
Dígame usted, señor Fiscal-
Le respondí.
-
Porque para denunciar lo que
usted denuncia en sus artículos, tiene que estar loco… y solo un loco se atreve
a pelear con el Diablo- Me respondió sonriendo, escupiendo una frase que ya
tenía preparada. Con la que él bien sabía me estaba comprometiendo.
El actuar de los pedófilos de clase alta, jamás será igual al de
aquellos que provienen de los estratos bajos. En primer lugar porque su
formación profesional los lleva a obrar con estrategia, pero sobre todo porque
tienen la infraestructura para mitigar el riesgo que implica llevar a cabo sus
crímenes. Ellos cuentan con medios de transporte, subordinados y coautores que
los ayudan a suplir sus necesidades; como Rafael Uribe Noguera, dueño de
constructora, con varios apartamentos a su disposición, camionetas y un barrio
que dominaba a su arbitrio, pues de otra forma no hubiera obrado como obró. Los
ricos obran empresarial y corporativamente, así solventan sus también sus
vicios, tienen socios de su perversión como Uribe Noguera, a quien la organización
criminal de la zona le había negociado la niña de antemano, que no era la
primera, pues Rafico como le decían sus amigos, era un ser social,
extrovertido, risueño, agradable, culto, alguien que gozaba de socializar sus
gustos, un miembro de la alta sociedad a quien le gustaba la rumba y que tenía
muchos amigos que brincaban de apartamento en apartamento. Algunos de ellos
bien pueden ser los socios de tertulias de Uribe Noguera, que la Fiscalía no
quiere ver.
Los millonarios acceden todos los días a esos niños menores de 11
años que son los que venden los bazuqueros en las ollas y los que aparecen
regados en la web; quienes en palabras de Claudia Rojas, sicóloga experta en el
tema, son violados y torturados frente a las cámaras, en videos que se
comercializan por millones de dólares alrededor del mundo y que solo vienen a
tener en cuenta los investigadores colombianos, cuando el FBI rastrea las
direcciones IP y les avisa que allí están algunos de esos menores perdidos en
las estadísticas.
Ahora, tengan esto muy en cuenta: la cúpula del poder, los dueños
de los dueños del país, que controlan desde ministros hasta presidentes, bien
pueden amarrar fiscales que han sido asesores de grandes emporios financieros
como Néstor Humberto Martínez y procuradores como Fernando Carrillo, elegido
por el Senado en pleno y condenado por su responsabilidad en la fuga de Pablo
Escobar de la cárcel La Catedral.
Sepan también que la firma de abogados Brigard Urrutia, de la cual
es socio Francisco Uribe Noguera, asesora gobiernos, empresas y a los medios de
comunicación más importantes del país… y todo continúa en silencio, esperando la condena del convicto que vino
siendo un piñón que se le salió al sistema, que ahora empieza a apretar sus
clavijas para que deje de chirriar.
Viendo como inició todo: Con las denuncias que verifican la
corrupción y el paraneonazismo que encubre Luis Fernando López Roca el
presidente de la junta directiva del Club el Nogal respecto de varios de sus
miembros, institución por la que pasea el Fiscal General, el Procurador y todos
los socios de Brigard Urrutia, Club que tomé como laboratorio de mis estudios
sociológicos y que me llevó a plantear la tesis de la sociopatía institucional de
la élite colombiana, concluyo que el Karma existe, que uno está hecho para algo
y que todo lo que nos pasa tiene su razón de ser.
- El Diablo, señor Fiscal, el Diablo es Dios enguayabado mientras
observa desde una Nissan, jugar pelota a una niña- Le contesté antes de pagar
por los tintos que supuraban en mi estómago indigesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario